Wednesday, November 15, 2017

The Marriage of Figaro - Opera Atelier, Toronto

Foto: Bruce Zinger

Giuliana dal Piaz

Primer evento de la Temporada 2017-18 de Opera Atelier, con un Mozart “diferente”. Acostumbrados a presenciar, en medio de estucos, terciopelos y doraduras del Elgin Theatre, óperas en las que el espectáculo “a la antigua” – gestos exagerados, bailarines hombres en leotardos, grandes faldas ondeantes de cantantes y bailarinas, enormes escotes que simula senos generosos también en la que no lo tiene – obscurece a menudo la sustancia de la producción, nos sorprendió agradablemente la relativa sobriedad de estas Bodas de Fígaro, ágiles, vivaces y entretenidas: esta vez el director Marshall Pynkoski, también gracias a la habilidad escénica de casi todos los intérpretas, logró superar la mayoría de los estereotipos del repertorio de Opera Atelier. Me pareció apreciable (aunque históricamente dudosa) la idea de presentar a los comprimarios como personajes típicos de la Comedia del Arte (Don Basilio, Don Bartolo e Marcellina exhiben las características y la comicidad de las máscaras), una idea que volvió el espectáculo más divertido y apreciado por un público heterogéneo, eliminando gran parte del intento polémico y político original – la ópera fue compuesta casi en vísperas de la Revolución francesa – y enfatizando en cambio sobre todo su aspecto farsesco de “comedia de enredo”. Efficaz la escenografía, una única estructura cóncava en la cual se abren varias puertas, mientras que al inicio de cada Acto baja en el escenario un panel pintado que señala el lugar; muy reducida la utilería en escena, un par de sillones, un biombo y un par de sillas, y un estilizado ‘matorral’ de cartón que Fígaro desplaza a voluntad en el último Acto. A la prensa la decisión de usar un texto en inglés en vez del libreto original de Lorenzo da Ponte fue presentada como el intento de acercar mayormente el público joven a la ópera barroca. Puse personalmente unas preguntas al respecto a unos jóvenes antre el público – pues hace años que los sobretítulos eliminaron el obstáculo para quienquiera sepa leer – y llegué a otra conclusión: la razón reside o bien en el deseo de originalidad a toda costa o en la creencia (falsa) de volver más fácil para los cantantes la interpretación de un texto largo y lleno de recitativos. La traducción al inglés, obra del compositor e poeta británico Jeremy Sams, es literariamente óptima y fiel, pero en la ejecución se pierde, junto con el ritmo original, la perfecta armonía entre música instrumental y música vocal. El inglés moderno, más largo y articulado, obliga además a los intérpretes a una velocidad de palabra que no existe en el libreto de da Ponte, en que las pausas de la voz son tan importantes como las palabras. A parte estas consideraciones, el resultado fue mejor que no esperara: la habilidad de concertación del Mº David Fallis, y la extraordinaria agilidad ejecutiva de la Tafelmusik Baroque Orchestra guiada por la violinista Elisa Citterio, le dieron a la partitura un ritmo acelerado que, junto con un par de cortes en el 4º Acto, volvió la ópera unos diez minutos más corta. Buenos en conjunto todos los intérpretes, sobre todo desde el punto de vista teatral (esto, con la excepción del Conde de Almaviva: el bajo-barítono Stephen Hegedus tiene buena voz, aunque no especialmente poderosa, pero expresa todo tipo de sentimiento, contrariedad/frustración/ganas de vengarse, batiendo repetidamente el pie en el suelo como niño caprichudo); eficaces las dos sopranos, Mireille Asselin, una Susana coqueta e intrigante como el rol lo requiere, y Peggy Kriha Dye, cuya voz no muestra sin embargo todo su potencial en esta Condesa de Almaviva poco dramática; bueno el Querubino de Mireille Lebel (hay que admitir que le hemos visto más coloratura y matización vocal en otras óperas) y muy buena la mezzo-soprano bufa de Laura Pudwell come Marcelina; excelente, tanto por interpretación vocal y calidad dramática como por presencia en escena el bajo-barítono Douglas Williams.

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